El espacio social “incorpora” [en el sentido de lo corporal humano] los actos sociales, las acciones de los sujetos tanto colectivos como individuales que nacen y mueren, que padecen y actúan. Desde la perspectiva del conocimiento, el espacio social funciona –junto a su concepto– como instrumento de análisis de la sociedad.
[Lefebvre, 2013]
El espacio público todavía hoy en gran medida es algo que se reserva y delimita en los planes urbanísticos y que posteriormente se diseña con un criterio fundamental, una herencia histórica, que es el de crear lugares para la coincidencia, para la verificación de las igualdades y no para el descubrimiento de las diferencias del otro. Esta concepción del espacio público presupone la existencia de una comunidad homogénea.
Así, el paseo por la plaza y la plaza misma permanecen como modelo de mecanismo controlador, de homologación social o de auto-exposición. Frente a ello, el rasgo más contemporáneo que otorgará a un lugar carácter de espacio público es sin duda la medida en la que un ciudadano inmerso conscientemente en la cultura urbana puede ejercer en él una individualidad o una libertad que tradicionalmente asociaríamos al entorno de lo privado. Porque sacar a la calle lo que históricamente sólo se ejercía en el dominio de lo privado o de lo doméstico equivale a transformar un entorno de control en una pieza del mapa de lo público en la ciudad. Por lo tanto, la nueva generación de espacios públicos no son las plazas, ni siquiera las calles, sino más bien otros lugares más ambiguos que devienen en públicos a través del uso que la gente hace de ellos.
[Muntadas y Herrero, 2004]
Se da la paradoja de que el aumento de las voces que piden activamente una mayor presencia en los espacios de decisión se debe fundamentalmente a la incapacidad para asumirlas de un gobierno sujeto a unos patrones estancos y cada vez más opacos a la hora de organizar y gestionar sus recursos.
Reaccionando a esta discrepancia, asistimos al surgimiento de espacios autónomos de decisión y acción allá donde no llegan las políticas públicas. Cubriendo los huecos del sistema institucional, los ciudadanos deciden realizar por su cuenta acciones directas sin esperar a que sea el poder público quien las haga.
[Segovia, Marrades, Rausell, Abeledo, 2015]
Ligados al paso hacia una sociedad del conocimiento, en los últimos años emergen nuevos modelos de creación artística y de producción cultural. Adquieren relevancia aspectos como las actividades de investigación y experimentación, los proyectos colaborativos, las dinámicas de fertilización e incubación, la integración de lenguajes y disciplinas o la intersectorialidad. En un marco de propuestas diversas, todavía indefinidas y de carácter emergente, se busca adecuar la política cultural con el objetivo añadido del desarrollo económico.
De forma especial, el cambio de patrones se hace patente en la manera de entender al proceso creativo. Mientras que los centros culturales, los convencionales (aquellos en los que pensamos al hablar de un museo tradicional) se han centrado específicamente en las últimas fases de ese proceso –es decir, la distribución, el consumo y la conservación– la atención se dirige ahora con interés hacia las etapas precedentes que abarcan la formación, la ideación, la capacitación, la creación o la producción. Estos planteamientos se centran en la raíz de los procesos creativos al entender como más fecundo invertir en el trabajo de base que concentrarse exclusivamente en sus resultados.
De esta manera, vemos cómo comienzan a multiplicarse centros con difícil encaje en ninguna categoría cerrada, en los que se mezclan la difusión, la producción y la investigación creativa. La mayoría de estas propuestas viene del sector público. Tratando de superar el centro cultural tradicional, incorporan funciones hasta hace bien poco ajenas a las políticas culturales, como pueden ser la economía creativa, la ciencia, la sociedad o la tecnología.
[Segovia, Marrades, Rausell, Abeledo, 2015]
Iniciativas de raíz social (espontáneas en ciertos aspectos y frágiles cuando no cuentan con el respaldo apropiado, aunque de grandes afectos transformadores en la pequeña escala) y ésas otras que provienen de espacios de autoridad (Estado, instituciones y otros agentes de decisión, capaces de aportar músculo y escala, aunque atados a unas estructuras excesivamente rígidas a la hora de asumir lógicas que le son ajenas). Si bien esta separación ha existido siempre, lo relevante es la conveniencia de acercar posturas.
[Segovia, Marrades, Rausell, Abeledo, 2015]
Superando la compartimentación, la orientación general es ahora el intercambio. Si a mediados del siglo XX el elitismo dio paso a la democratización de la cultura, ahora esa democratización pierde progresivamente la mentalidad paternalista, entendiendo lo social como verdadero motor de innovación.
[Segovia, Marrades, Rausell, Abeledo, 2015]
Lo alternativo interesa, pero para que se convierta en protagonista de la cultura no te puedes quedar en el ghetto, permanecer como outsider es muy egocéntrico, tienes que buscar tu espacio en la sociedad para poder llevar a cabo la idea de cambio social.
[Marta Moriarty, citada en De Dios, 2002]
Por un lado existe la ciudad habitable y en el otro está la ciudad que se habita. Mientras que la ciudad habitable viene impuesta por planes urbanísticos y políticas bipartidistas, son las personas las que construyen la ciudad habitada. Hay veces en los que las dos ciudades coexisten en un mismo lugar. Madrid, como ejemplo. Una persona puede vivir en la ciudad Madrid habitable y solo transformándola en colectividad disfrutará de esa otra ciudad que se habita.
[Quiroga, 2015]
El error está en la base de pensar que la cultura tenga que tener rentabilidad económica. Es como un bosque: sólo por existir ya es rentable.
[Extracto de conversación con agentes del sector cultural independiente de Madrid, abril 2015]