El espacio público todavía hoy en gran medida es algo que se reserva y delimita en los planes urbanísticos y que posteriormente se diseña con un criterio fundamental, una herencia histórica, que es el de crear lugares para la coincidencia, para la verificación de las igualdades y no para el descubrimiento de las diferencias del otro. Esta concepción del espacio público presupone la existencia de una comunidad homogénea.
Así, el paseo por la plaza y la plaza misma permanecen como modelo de mecanismo controlador, de homologación social o de auto-exposición. Frente a ello, el rasgo más contemporáneo que otorgará a un lugar carácter de espacio público es sin duda la medida en la que un ciudadano inmerso conscientemente en la cultura urbana puede ejercer en él una individualidad o una libertad que tradicionalmente asociaríamos al entorno de lo privado. Porque sacar a la calle lo que históricamente sólo se ejercía en el dominio de lo privado o de lo doméstico equivale a transformar un entorno de control en una pieza del mapa de lo público en la ciudad. Por lo tanto, la nueva generación de espacios públicos no son las plazas, ni siquiera las calles, sino más bien otros lugares más ambiguos que devienen en públicos a través del uso que la gente hace de ellos.
[Muntadas y Herrero, 2004]
Entendíamos la cultura como una forma de crear vínculos sociales.
[Extracto de conversación con agentes del sector cultural independiente de Madrid, 2015]
Ahora nos vemos sin el apoyo de la administración, pero también sin la complicidad del ciudadano.
[Extracto de conversación con agentes del sector cultural institucional de Madrid, 2015]