Toda construcción estrictamente cultural desemboca hoy en la primacía de lo privado de forma que en palabras de Zygmunt Bauman, “el ágora es cada vez más tierra de nadie”. O, peor aún, de unos pocos que orquestan a los muchos. Así, a lo que queda reducido el espacio público es a recibir la confluencia de los intereses individuales y a permitir, en el mejor de los casos, una negociación entre sus supuestos titulares legítimos.
[Molano, 2012]